domingo, 18 de junio de 2017

PANEM et CIRCENSES

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Con el tiempo descubrimos que el sentimiento de pertenencia a un colectivo supera el mismo objetivo de dicho colectivo y el de las personas que pertenecen a él. En política, en la lucha sindical, etc.; a lo que le podríamos añadir, sin ningún prejuicio, el fútbol o cualquier otro espectáculo que arrastre a las masas, sea grande o pequeño. Solo necesita crear la sensación de pertenencia, sea a través de una simbología, del nombre, de una bandera o de unos líderes con la suficiente verborrea. Ejemplos los hay para aburrir, desde los castellers de una pequeña ciudad catalana o de uno de sus barrios, hasta los fans de un grupo musical, pasando por una escudería de coches de carreras. Y a eso, guste o no, solo lo podemos definir con una palabra: fanatismo. Porque da lo mismo que el equipo de fútbol gane o pierda partidos, que el grupo musical mejore o empeore, que los castellers levanten o no castillos más o menos ambiciosos, que el partido que votamos o su líder, mienta o no, robe o no. Y no hablemos de las distintas iglesias, prácticamente iguales en sus credos, que consiguen que los seguidores de una literalmente se mate o asesine con los de otra.

Nada es nuevo, los antiguos romanos ya utilizaban los equipos de gladiadores y de las carreras de carros, que eran contratados con un aparato administrativo y organizativo muy parecido al de los actuales clubes de fútbol, para arrastrar a la llamada plebe y convertirla en cliente fiel. En cuanto a los más cultos, seguían con el mismo fervor a poetas y filósofos, con la creencia que así evitaban el Panem et Circenses, frase popularizada por Juvenal un siglo antes de Jesucristo, aludiendo la variante romana de la Renta Básica, que trataba de contentar a esa misma plebe a cambio de dos panes al día por habitante y juegos gratis, con la intención, reconocida por sus mismos promotores, de hacer olvidar a la población su derecho a participar en la política.



Existe, no obstante, un tipo de personas que, quizá por algún mecanismo de su cerebro, por una educación basada en el pragmatismo o por su facilidad en introducirse en la piel del prójimo, es inmune a dicho sentimiento de pertenencia.
¿Quién no tiene un amigo o conocido que no parece gustarle el fútbol, o que no es de ningún equipo, aunque disfrute de los buenos partidos. A quien quizá le guste la música, pero sin ser seguidor de ningún conjunto en especial; que tanto puede emocionarse escuchando una buena sesión de jazz como un concierto de rock, dependiendo exclusivamente de su estado de ánimo y no por ser seguidor de quien toque en uno de ellos. Que vota según la razón y no por una extraña empatía de corte metafísico, hacia una ideología o un líder concreto que nada tiene que ver con ella. Que no entiende de banderas ni se siente ligado a ninguna de ellas, aunque empatice con la tierra donde vive, su paisaje, sus olores, su color. Este tipo de personas, seguidor de la razón por encima de cualquier futilidad basada en credos religiosos, suele no obedecer a ninguno de los muchos dioses dioses que pululan por nuestro mundo, que no sea el de su interior.



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