viernes, 21 de abril de 2017

Víseceras, Fútbol, Circo y Política





Hace muchos años, tendría quizá veinte o veintiuno, coincidimos en una fiesta con dos jugadores del Barça, muy famosos por entonces, no para mi, que el fútbol me importaba tanto como ahora. Y recuerdo que hablando sobre la facilidad con que se ganaban o perdían algunos partidos, quizá por la confianza, el tipo de fiesta o por ir bastante bebidos, nos confesaron que el resultado en muchos de ellos ya estaba decidido. A veces incluso se sabía los goles que se marcarían, y si en la primera mitad, en la segunda o en los últimos minutos.
-Se mueve mucho dinero- nos dijeron.
-Si os gustara el fútbol y vinierais al campo, apreciaríais la diferencia entre los partidos decididos y los que no-
Recuerdo un curioso detalle. Según ellos muchos de los partidos que se ganaban o perdían por 2 a 1 estaban pactados.
Ahora en proporción se mueve mucho más dinero, muchísimo más. Los jugadores ganan cien veces más y los partidos se ven en todo el mundo a tiempo real. En China, donde todo se juega, las apuestas por la liga española mueven miles de millones cada año. A veces se apuesta sobre el resultado y hasta el minuto en que se marcará un gol. Y da lo mismo que sea la primera o la segunda división, la liga española es un caramelo que atrae grandes inversores de apuestas.

Los consejos directivos del fútbol español están repletos de políticos. En los palcos presidenciales siempre hay unos cuantos, da lo mismo el color, pero casi siempre de los partidos más corruptos. La gente grita, se desmelena y paga por ver a su equipo aunque sea a costa de los libros de texto de su hijo, de su comida o de las vacaciones de la familia. Conozco quien pasa dificultades para pagar el asiento en tribuna del Barça. Los seguidores no son estúpidos, al menos parece que entiendan de fútbol, de modo que han de saber cuando un partido está amañado. Si los chinos lo saben, cómo no va a saberlo un socio del Valencia, del Depor o del Sevilla, por poner un ejemplo.
Hay quien dice que no, que es imposible, pero cómo no va a serlo en un país en que más de la mitad de los políticos del partido más votado están imputados o en prisión. Ahora mismo el antiguo presidente de la Comunidad de Madrid acaba de ser detenido por estafa, extorsión y por pertenecer a una banda criminal organizada. Hace poco un juez dictaminó que el partido más votado del país era una banda organizada para delinquir. Mientras que el hedor que desprende el segundo partido provoca tanta nausea, que nadie se le acerca si no es para conseguir algún favor. Ante semejante escenario pensar que el fútbol no está podrido, simplemente es de bobos o de una candidez tan inconcebible como imposible.

El seguimiento de un equipo de fútbol obedece a un impulso visceral, no a unos patrones de calidad, economía o empatía social. Y al contrario de lo que parece tampoco de identidad cultural -ya me dirán ustedes qué tiene que ver la cultura con darle patadas a un balón o, en el peor de los casos, a las piernas del contrario- o del territorio, si no es por la herencia de padres a hijos o de amigos de la infancia. Podemos encontrar seguidores del Madrid o del Barça desde Nueva Zelanda hasta Laponia, que no cambiarían de equipo aunque perdieran todos los partidos o se demostrara lo que realmente son. Hay seguidores del Barça y del Madrid en todas las provincias españolas, votantes de la ultraderecha centralista, comunistas, musulmanes, budistas, militares, banqueros y parados sin casa ni futuro. Y lo mismo podemos encontrar en sus ciudad de referencia.

En política sucede lo mismo, hasta el punto que, para que sus vecinos no lo traten de estúpido, muchos votantes entran en la cabina para votar a su grupo mafioso, que horas antes lo ha desahuciado, le ha arruinado la vida o robado el dinero de su pensión. La gente vota por tradición paranoica o cognición con el líder de la manada. En suma, por los mismos patrones con que sigue a su equipo.

Hace poco leí un artículo sobre los gladiadores romanos, que obedecían a distintas escuelas con contratos a cinco años. Los combates casi nunca eran a muerte (preparar un gladiador costaba demasiado dinero) y muchas veces estaban amañados por los grandes corredores de apuestas. Las escuelas eran propiedad de grandes patricios o de sus entrenadores, y tenían sus seguidores enfervorizados. En el siglo primero de nuestra era se prohibieron los combates cruentos. En la segunda época los equipos de gladiadores eran engrosados con esclavos y ciudadanos empobrecidos o endeudados, que gracias a sus habilidades podían conseguir dinero, la gloria y la libertad. Más o menos como el sueño de muchos jóvenes de ahora, que se desviven porque un padrino español o italiano descubra lo maravillosos que son e invierta lo que sea por ellos.
Explico esto para que se pueda comparar el Circo y el Anfiteatro romanos, con los actuales campos y equipos de fútbol.
En el Circo y el Anfiteatro estaba el Pulvinar (palco presidencial), con el Emperador y algunos senadores; frente a él estaba el Tribunal Iudicium, donde se sentaba el tribunal (ahora se le llama tribuna, pero nadie puede votar). El pueblo se sentaba en los escalones de piedra o gradus, es decir la gradería, donde seguramente discutían, se peleaban y hasta se mataban. Lo que podemos asegurar es que los tribunos y los senadores difícilmente harían esto, en todo caso se mofarían del resto.

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